Abajo encontrarán la ponencia principal brindada por Silvana Martínez, Presidenta para la Región de América Latina y el Caribe en el marco de la última Conferencia de trabajo social, educación y desarrollo social celebrada en Seúl en el año 2016.
Poder, Política Y Trabajo Social: La necesidad de reinventar el Trabajo Social a nivel Mundial
Introducción
En el año 2010 en el marco de la Asamblea y Conferencia Mundial que se llevó a cabo en Hong Kong, la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (FITS), la Asociación Internacional de Escuelas (AIETS) y el Comité Internacional de Bienestar Social (CIBS) instituyeron una Agenda Global para el Trabajo Social Mundial en donde establecieron una serie de temas a trabajar a partir de la creación de un Observatorio Global y se acordó que también serían los temas centrales de las Conferencias Mundiales que se llevan a cabo a nivel mundial cada dos años. Para el período 2014-2016 el tema de Agenda y lema de la Conferencia Mundial que se llevó a cabo en Seúl, Corea del Sur fue, Promoviendo la dignidad y el valor de las personas. En este artículo abordaré una reflexión acerca de este tema y las implicancias que el mismo tiene para el Trabajo Social a nivel mundial. Como este tema se puede interpretar de muchas maneras, lo que voy a desplegar es una interpretación desde la riqueza y profundidad del pensamiento latinoamericano.
Lo voy a hacer desde mi singularidad como mujer, trabajadora asalariada, activista intelectual, militante social y Presidenta de la Región América Latina y El Caribe de la FITS., ¿Por qué esta aclaración inicial? Porque no creo en la neutralidad de los discursos y las interpretaciones, ya que -al igual que la producción de conocimientos y las prácticas profesionales- están siempre situadas y atravesadas por relaciones de sexo-género, étnicas-culturales, históricas, lingüísticas, políticas. Es decir, ocupamos un espacio y un tiempo que nos configura y nos constituye como sujetos sociales. Este arraigo y construcción como sujetos sociales nos da una impronta muy singular, una forma particular de ser, estar, sentir, hacer y habitar nuestro mundo. Esta particularidad expresa siempre una diferencia.
Ahora bien, también la diferencia se ha interpretado y construido de muchas maneras. En este trabajo me voy a referir a la diferencia construida desde, por y para el poder. Y si hablamos de 2
poder, tenemos que hablar de política. Entonces, este artículo va a girar en torno al poder, la política y el trabajo social. Pero, ¿qué relaciones encontramos entre estas tres categorías de pensamiento? ¿Por qué tenemos que hablar de estas relaciones? ¿Es importante para el trabajo social que hablemos de poder y de política? ¿Qué tiene que ver el poder y la política con el trabajo social mundial y con el tema de la Agenda Global? Éstas son algunas de las preguntas que voy a tratar de abordar en este trabajo y lo hago con la más profunda convicción de que necesitamos reinventar el trabajo social a nivel mundial. Necesitamos comenzar a pensar una nueva agenda para el trabajo social. Necesitamos atrevernos a construir colectivamente un pensamiento propio, que no sea un apéndice de la agenda de los Organismos Internacionales.
La construcción del orden social
Los trabajadores sociales tenemos historia. No podemos negar o desconocer nuestra propia historia. Tenemos que reconocerla y valorarla porque somos sujetos históricos, somos memoria. Esta memoria nos permite observar también que, por múltiples motivos, no siempre fuimos capaces de cuestionar el status quo, el orden establecido, con todas las consecuencias que esto implica, ya que aquello que no se cuestiona no puede ser transformado. Esto constituye evidentemente una paradoja, porque la aspiración del trabajo social es justamente transformar la realidad, modificar el orden social.
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando decimos orden social? ¿Por qué hablamos de orden social? ¿Qué entendemos por orden social? Acá también hay muchas interpretaciones porque podemos entenderlo de muchas maneras. Coincidiendo con Waldo Ansaldi, un pensador argentino, para mí el orden social es una construcción histórica, colectiva, política y conflictiva. Implica una compleja trama de procesos en los cuales las relaciones de poder, la explotación y la dominación son constitutivas de estos procesos. Por eso la construcción del orden implica siempre la construcción de una matriz institucional que regula el modo de ejercicio del poder (Ansaldi, W. y Giordano, V., Tomo II, p. 683).
Si el orden social es una construcción histórica, entonces no es algo natural ni atribuible a alguna divinidad. Es una construcción humana y por tanto modificable. Entonces, ¿es aceptable para el trabajo social la postura de “siempre fue así”, “siempre se hizo así” o “nada se puede cambiar”? Yo creo que no, ya que por más arraigo que tenga un orden, por más inercia, persistencia o recurrencia que tengan las prácticas sociales, las creencias o los valores que lo sostienen, siempre existe posibilidad de cambio porque es una construcción humana modificable. 3
Negar esto es negar la posibilidad misma de cambio social y negar también el trabajo social como profesión que aspira a transformar la realidad.
Por lo tanto, para abordar la cuestión del orden social, tenemos que referirnos en primer lugar al poder y a los modos de ejercicio del poder. Esto implica referirnos a los grandes dispositivos o factores de poder que configuran y sostienen el orden que hoy nos oprime y nos ahoga como seres humanos, como sociedades, como países y como pueblos. Me estoy refiriendo al capitalismo, el patriarcado y la colonialidad del poder.
Pero antes de seguir avanzando, tenemos que preguntarnos acerca del poder: ¿qué es el poder? Parece una pregunta obvia o superflua ya que todos tenemos alguna experiencia de ejercicio de poder en nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, en esto también hay muchas interpretaciones y es necesario que explicitemos desde dónde hablamos. En un tiempo se entendía el poder como una cosa de la cual uno podía apropiarse. Se decía por ejemplo “tomar el poder”. Sin embargo, hoy sabemos por la filosofía, la ciencia y por nuestra propia experiencia de vida que el poder no es una cosa sino una relación social. Está siempre situada e inscripta en condiciones históricas. Es frágil, efímera, modificable y circula entre los sujetos, las organizaciones e instituciones.
Justamente por esta fragilidad los países poderosos que gobiernan el mundo inventan dispositivos cada vez más sofisticados para oprimir al resto del mundo, justificando esta opresión -incluso hasta el genocidio- con discursos y prácticas políticas inaceptables, especialmente de las agencias de gobierno de estos países poderosos, de los organismos internacionales, las corporaciones transnacionales, los grandes medios de comunicación social y las burguesías y oligarquías nacionales alineados con estos intereses.
El modo de ejercicio del poder de los países más poderosos en relación al resto del mundo se basó históricamente en una matriz colonial de poder. Al respecto, el pensador peruano Aníbal Quijano define el poder como una relación social constituida por la co-presencia permanente de dominación, explotación y conflictos. Es resultado y expresión de la disputa por el control de la áreas básicas de la existencia humana: la naturaleza, el trabajo, el sexo, la autoridad colectiva/pública y la subjetividad/intersubjetividad, pero también por sus recursos y sus productos. Estas áreas de existencia humana conforman un complejo estructural histórico y específico y configuran un patrón histórico de poder.
Para Quijano, el actual patrón de poder mundial consiste en la articulación entre el capitalismo como patrón universal de control de la naturaleza y el trabajo, el patriarcado como 4 patrón hegemónico de control de las mujeres en torno a la idea de género/sexo, el eurocentrismo como forma hegemónica de control de la subjetividad/intersubjetividad y la producción de conocimientos y la colonialidad del poder como fundamento del patrón universal de clasificación y dominación social en torno a la idea de raza (Quijano, A. 2000).
Estos cuatro dispositivos de poder configuran el actual orden mundial e implican la apropiación del excedente económico; la concentración de la riqueza; el saqueo de los pueblos; la destrucción del medio ambiente; la explotación infantil; el negocio de la venta de armas; el narcotráfico; la trata de personas; los golpes de estado contra las democracias; la represión de las protestas sociales; el asesinato de líderes populares; la desestabilización de gobiernos democráticos; la dictadura del mercado; la supresión de derechos elementales; la explotación laboral; la pobreza extrema; la hambruna; el genocidio de muchos pueblos; la violencia de género; el racismo y la xenofobia, entre otros.
Estos problemas, generados por, desde y para el poder y la política, afectan a millones de seres humanos y ponen en riesgo la supervivencia misma del planeta tierra. Sin embargo, este patrón hegemónico, antropocéntrico, monocultural, colonial y patriarcal de crecimiento ilimitado y de destrucción de la vida en nuestro planeta se encuentra en una crisis terminal. Su dinámica de destrucción y mercantilización de todas las áreas básicas de la existencia humana socava aceleradamente las condiciones que la hacen posible. O sea, es autodestructivo, tal como lo sostiene el sociólogo venezolano -graduado en Harvard- Edgardo Lander, “Hoy, el asunto no es si el capitalismo podrá sobrevivir o no a esta crisis terminal. Si en poco tiempo no logramos poner freno a esta maquinaria de destrucción sistemática, lo que está en juego es la supervivencia de la humanidad frente al colapso final del capitalismo” (Lander, E., 2012:80).
Como constatamos diariamente, las posibilidades de vida en nuestro planeta sufren profundas alteraciones por cambios climáticos, pérdida de diversidad biológica y de suelos fértiles, deforestación, contaminación de aguas, entre otros. Si bien estas alteraciones amenazan a todo el planeta, sus impactos son totalmente desiguales, ya que las regiones y países más pobres no cuentan con los recursos económicos ni la capacidad tecnológica necesaria para neutralizar o disminuir las consecuencias desbastadores de estos cambios. Para muchas poblaciones ni siquiera la migración es una alternativa, ya que las políticas anti migratorias que aplican muchos gobiernos limitan severamente esta opción.
A su vez, millones de seres humanos son obligados a emigrar a otros países por conflictos armados y crisis políticas en sus países de origen y miles de ellos encuentran la muerte antes de 5 llegar a destino, tal como ocurre en el Mar Mediterráneo. Los que con suerte llegan a destino, suelen afrontar durísimas condiciones de vida, sin trabajo, vivienda ni familia y con el desgarramiento que significa sentirse, como lo denomina Giorgio Agamben, nudas vidas, vidas descartables, desechables, indeseables. Pareciera que en lugar de solidaridad humana, nos encontramos frente a serios intentos de construcción de un global apartheid (Lander, E., 2012).
El Foro Internacional sobre la Globalización nos advierte que la actual desigualdad en la distribución de la riqueza no tiene precedentes en la historia de la humanidad (The International Forum on Globalization, 2011). Es obscena la creciente concentración de riqueza en manos de una oligarquía económico-financiera global (Lander, E., 2012). El grupo financiero Credit Suisse ha comenzado a publicar estadísticas sobre la distribución de la riqueza de la población adulta de todo el planeta. Según esta publicación, la mitad más pobre de la población adulta en el mundo posee sólo el 1 % de la riqueza global, mientras que el 10 % más rico posee el 84 % y el 1 % más rico el 44 % de la riqueza global (Credit Suisse Research Institute, 2011).
Estas profundas desigualdades, no sólo afectan a los seres humanos que las padecen, sino que debilitan, restringen y atentan contra el propio corazón de la democracia como forma de vida. La concentración de la riqueza, y del poder político que necesariamente la sostiene, es la expresión más dramática de las limitaciones que tiene la democracia formal en el mundo en que vivimos. En muchos países, lamentablemente, y más allá del régimen político que gobierna, las instituciones estatales responden más a los intereses de las oligarquías económico-financieras locales y globales que a los intereses de los ciudadanos.
Como sostiene Edgardo Lander: “toda alternativa a la actual crisis civilizatoria y a los efectos de la destrucción de las condiciones que hacen posible la vida, debe incorporar como dimensión medular la lucha contra esta obscena desigualdad; de lo contrario, está condenada al fracaso. Sólo la redistribución radical, acompañada de una transferencia extraordinariamente masiva de recursos y de acceso a los bienes comunes, permitirá reducir la presión humana insostenible sobre los sistemas ecológicos que mantienen la vida, y favorecerá el acceso de la mayoría de la población a condiciones dignas de vida” (Lander, E., 2012: 88).
Aquí me parece importante destacar que esta tendencia al crecimiento de la oligarquía económico-financiera global no es posible sin el apoyo cómplice y prácticamente incondicional de la academia económica, tal como ésta se practica en las principales universidades del mundo. Sus prácticas y enseñanzas constituyen una fuente importante de sustento científico que legitima 6 estos procesos de concentración. Esta tendencia no sólo es convalidada y sustentada por la academia económica, sino también por muchos otros actores.
Lo que estoy diciendo lo podemos comprobar muy fácilmente revisando las publicaciones de las últimas tres décadas de los organismos internacionales y agencias de gobierno de los países más poderosos del mundo. Encontramos abundantes documentos con recomendaciones de políticas públicas basadas en ideas, conceptos, categorías e incluso teorías que han merecido premios Nobel. Estas publicaciones han favorecido el crecimiento de la oligarquía económico-financiera global y han insistido en que los gobiernos y comunidades locales, las familias, los grupos y los propios sujetos se hagan cargo de resolver los problemas y situaciones en que se encuentran.
Trabajo Social, política y luchas sociales
Ante este panorama desolador, profundamente injusto, hiriente, inhumano y altamente preocupante; ante este contexto mundial que todos conocemos y padecemos, yo me pregunto ¿Podemos hablar desde el trabajo social de promover la dignidad y el valor de las personas sin hablar de estos temas? Yo creo que no. Es más, yo creo que no hacer una lectura del contexto y de las causas más profundas que originan estos flagrantes problemas es quedarnos en una actitud ingenua. Incluso esta postura nos hace cómplices de esta situación ya que, como trabajadores sociales, tenemos mucho que decir, proponer y exigir a quienes toman decisiones y son responsables directos de la misma.
Si no abordamos estas grandes cuestiones desde el trabajo social, con una mirada política, seguramente caeremos en el error de culpabilizar a los sujetos sociales con los cuales interactuamos. Seguramente nuestras prácticas profesionales se reducirán al mero asistencialismo y la ayuda, de manera individual o aislada. Si nos limitamos sólo a este tipo de prácticas, por más nobles que sean, estamos ocultando la realidad en lugar de develarla. Estamos actuando sólo en la superficie de un orden social absolutamente cruel y desigual. Estamos invisibilizando la naturaleza política de las desigualdades sociales y, por tanto, también la naturaleza política del trabajo social. Esto transforma a nuestra profesión en un hermoso entretenimiento, con prácticas de autoayuda que están tan de moda.
Con estas prácticas profesionales, lo que estamos haciendo en realidad es responsabilizar a los propios sujetos sociales de la situación en que se encuentran, como si estos pudieran por si mismos, de manera individual, modificar su situación. Con esto no estoy negando ni 7 desconociendo las potencialidades y capacidades de los sujetos, ni los estoy colocando en un lugar pasivo del propio proceso de transformación.
Muy por el contrario, lo que estoy diciendo es que existen poderosas estructuras de opresión que sostienen y reproducen este orden. Estoy diciendo que, de no generarse condiciones históricas que modifiquen estas estructuras, es muy difícil y hasta imposible que los propios sujetos sociales, puedan salir de la situación en que se encuentran o ejercer plenamente su libertad y desarrollarse como seres humanos, por sí mismos o de manera aislada, por más capacidades que tengan o esfuerzos que hagan.
Pero esta situación, lejos de llevarnos al desánimo y al escepticismo, nos tiene que movilizar y dar fuerzas para seguir luchando en pos de un mundo más justo, humano y democrático. No estamos solos en esta lucha. Como lo sostiene el filósofo argentino Enrique Dussel, el problema de la transformación del orden social requiere de una necesaria formación de actores colectivos que disputen en los terrenos abiertos por las injusticias del sistema. Para ello este filósofo recupera la categoría política de pueblo, tal como lo entendía Gramsci: como bloque social de los oprimidos, que admite contradicciones en su seno, pero que es central en las luchas por la emancipación, en particular cuando se constituye en un bloque hegemónico de poder.
La historia nos enseña que las conquistas sociales siempre han sido productos de luchas colectivas. De aquí deviene la importancia de acompañar las acciones que llevan a cabo nuestros pueblos. Ante la profundización de las desigualdades sociales, que afecta no sólo a la democracia, la paz y la dignidad humana, sino a la vida misma, hoy observamos a muchos pueblos movilizados. En los últimos años, estas movilizaciones fueron crecientes en todo el mundo. Se ha enarbolado con fuerza como bandera de lucha el eslogan otro mundo es posible.
En las últimas dos décadas, América Latina ha sido el territorio más activo en esta lucha. Entre las acciones más emblemáticas se destacan en Argentina las luchas y movilizaciones contra la minería contaminante, las papeleras y los ajustes neoliberales. En Brasil, las movilizaciones populares en defensa de la democracia.
En Perú, la resistencia contra las corporaciones mineras. En Chile, las luchas de los mineros por mejores condiciones laborales, de los mapuches por la tenencia de la tierra y de los estudiantes por una educación pública y de calidad.
También en el mundo árabe se están produciendo cambios políticos impensados hasta no hace mucho tiempo. Un ejemplo de ello son las multitudinarias movilizaciones populares durante la denominada primavera árabe. 8 En España, el movimiento de los llamados indignados combinó acciones de ocupación de espacios públicos en los centros de las ciudades con multitudinarias movilizaciones, especialmente en Madrid y Barcelona, demandando “Democracia real YA”. Es un movimiento amplio, consistente y sostenido, que ha implicado un cuestionamiento profundo al sistema político español y sus partidos políticos, incluso a los partidos de izquierda.
En Estados Unidos, el movimiento que se inicia con Occupy Wall Street se extiende hacia unas mil localidades urbanas de todo el país. La principal consigna del movimiento: “Somos el 99 %”, reconoce e instala de manera muy visible en la conciencia de los ciudadanos norteamericanos, la existencia y gravedad del conflicto entre “ricos” y “pobres”. En la agenda pública del movimiento se van incorporando acciones muy importantes como la lucha contra el racismo y el patriarcado, contra la desigualdad y por el derecho al trabajo y la contratación colectiva.
Los logros más importantes de estas luchas son, entre otros, la politización de los jóvenes que no encuentran sentido alguno en la política tradicional y los cambios en el imaginario social, en los contenidos del debate público y en los significados políticos y culturales, en relación a cuestiones básicas y elementales como la democracia, la igualdad y el valor de lo público. También han abierto otros caminos de debate y de acción política, otra forma de hacer política ante la falta de opciones y de alternativas de cambio de la política tradicional.
Ante este escenario de profundas desigualdades sociales y de resistencia y movilización popular, sostengo -una vez más- la necesidad de reinventar el trabajo social a nivel mundial. Promover la dignidad y el valor de las personas implica necesariamente incorporar la dimensión política en los debates mundiales de trabajo social, en nuestras reuniones y encuentros, en nuestras publicaciones, en los ámbitos de formación profesional y, por supuesto, en nuestras prácticas profesionales.
Pero, ante todo, tenemos que preguntarnos: ¿Qué entendemos por política? ¿Qué significa hoy para nosotros la política y cuál es su valor? ¿Qué significa hoy y qué valor tiene para el trabajo social? Y aquí también, una vez más, tenemos interpretaciones muy diversas. La política se entiende de muchas maneras diferentes. Para la filósofa alemana Hannah Arendt, la política es ordenadora de todos los ámbitos de la vida humana. Su origen está en el “entre-los-hombres” y -por lo tanto- es una relación social. Es especialmente ordenadora de los cuerpos, es biopolítica, utilizando la categoría creada por el filósofo francés Michel Foucault. 9
Es siempre un hecho social, algo construido por, para y entre los hombres. Por lo tanto, también es una construcción histórica, sujeta a condiciones que se dan en una época o en un momento histórico. De esto se derivan las posibilidades reales y los límites de la política. En síntesis: nacemos, vivimos y morimos en condiciones creadas por la política.
La filósofa norteamericana Iris Young vincula la política con la justicia, sosteniendo que éste es el tema principal de la filosofía política. Entiende la justicia no en sentido distributivo, como se la entiende comúnmente, sino como justicia social. En esta concepción de la justicia, más que la distribución interesa la dominación y la opresión, términos que la filósofa utiliza para conceptualizar la injusticia social. Para ella, “el concepto de justicia es coextensivo al concepto de política” (Young, 2000:22).
En esta misma línea de pensamiento, para Hannah Pitkin la política es “la actividad a través de la cual grupos de gente relativamente grandes y permanentes deciden lo que harán colectivamente, establecen cómo van a vivir juntos y deciden su futuro, cualquiera que sea la medida en que esté en su poder hacerlo” (Pitkin, 1981:343). En el mismo sentido, para Roberto Unger, la política se refiere a “la lucha por los recursos y acuerdos que fijan los términos básicos de nuestras relaciones prácticas y pasionales” (Unger, 1987:145).
Como vemos, la política tiene que ver directamente con poder decidir la forma de vida colectiva que queremos, incluyendo la disputa por los símbolos, la producción de conocimientos, los recursos y los acuerdos institucionales. La vida social es esencialmente política, cualquiera fuere la participación que tengan los sujetos sociales que la integran. Por eso para Iris Young “la política abarca todos los aspectos de la organización institucional, la acción pública, las prácticas y hábitos sociales y los significados culturales en la medida en que están potencialmente sujetos a la evaluación y toma de decisión colectiva” (Young, 2000:23).
Por lo tanto, la política es una cuestión de participación y de poder para decidir los asuntos colectivos de una sociedad. El significado y el valor de la política se basan en el hecho de ser el ámbito donde se decide quiénes construyen qué orden, para quiénes, con qué finalidad y con qué recursos. Esto quiere decir que la política necesariamente afecta nuestras vidas como sujetos sociales, sin diferenciar entre espacios privados y públicos, entre vida íntima y vida pública. Como ya lo decían los movimientos feministas en la década de 1970: “lo personal es político”. Es decir, no podemos prescindir de la política, porque es constitutiva de la vida social. Y si de todas maneras alguien va a decidir sobre nuestras vidas y nuestro futuro, es evidente la necesidad que tenemos de participar en estas decisiones. Por lo tanto, cuanto más politizada esté una 10 sociedad, tanto más poder político tendrán sus miembros, tanto más capacidad de resistencia y conciencia política.
La necesidad de reinventar el Trabajo Social Mundial
Esto mismo ocurre con el trabajo social. No estamos por fuera de la vida social y por ende de la política. Por lo tanto, reinventar el trabajo social a nivel mundial implica reconocer explícitamente el significado y el valor que tiene la política para el trabajo social. Reinventar el trabajo social a nivel mundial también implica dejar de reproducir el pensamiento dicotómico, esto es dejar de separar la práctica profesional de la producción de conocimientos y de la formación profesional.
Me gustaría dejar de escuchar debates falaces en el trabajo social, que insisten en separar estos ámbitos y consideran, por un lado, la academia y la producción de conocimientos y, por otro lado, la práctica profesional, como si fueran ámbitos separados y hasta enfrentados. Con esto sólo somos funcionales a quienes nos dominan y nos controlan, porque también nosotros -docentes, intelectuales, trabajadores sociales- somos trabajadores asalariados y, por tanto, tan vulnerables como los sujetos sociales con los cuales interactuamos cotidianamente. No somos superiores por poseer uno o varios títulos, sino que tenemos mayores responsabilidades. Todo nuestro conocimiento y experiencia profesional lo tenemos que poner al servicio del pueblo.
Reinventar el trabajo social a nivel mundial también implica tener la madurez de poder criticar a nuestros propios gobiernos, cuando estos gobiernos sólo responden a intereses de las grandes corporaciones transnacionales, que no tienen patria ni nación, y toman decisiones políticas que perjudican a millones de seres humanos, condenándolos a vivir en la miseria, a soportar el peso de la guerra, a huir de su propia tierra, a refugiarse en algún país extraño o morir ahogados en el Mar Mediterráneo.
¿Estas personas no tienen dignidad, no tienen valor, no tienen derechos? Por supuesto que sí y, como trabajadores sociales, tenemos que velar y defender estos derechos y no ponernos a defender, amparados en falsos nacionalismos, a los gobiernos y gobernantes que con sus decisiones generan estas situaciones. Los derechos no se negocian, se exigen, se arrancan, se ejercen. Los trabajadores sociales tenemos que ponernos en la vereda de enfrente de quienes oprimen, vulneran, violan y niegan estos derechos.
Esta cruda realidad nos exige pensar en colectivo, construir una agenda colectiva, más allá de las diferencias que podamos tener entre nosotros, más allá de nuestras singularidades. Nos exige 11 construir un trabajo social crítico y emancipador. Yo estoy convencida que así como el Foro Social Mundial instaló el lema “otro mundo es posible”, a nivel mundial también “otro trabajo social es posible”. Esto depende sólo de nosotros, de nuestra propia voluntad política y del grado de conciencia histórica que tengamos. Podemos seguir convalidando este orden o podemos cuestionarlo con el fin de transformarlo.
No pretendo que todos pensemos de la misma manera. Por el contrario, sostengo y reivindico las diferencias, pero no entendidas como sinónimos de inferioridad, porque esto implica desigualdad y la desigualdad siempre implica dominación. Por el contrario, como dije, sostengo y reivindico las diferencias no como inferioridad sino como diversidad, como riqueza y potencialidad de nuestro colectivo profesional.
La matriz colonial de poder construyó procesos de diferenciación como sinónimos de inferioridad: “pobres”, “negros”, “mujeres”, “indios”, “homosexuales”, entre otras categorías y clasificaciones políticas y sociales construidas desde esta lógica de poder. Como sostiene María Lugones, es necesario desandar la trama e interseccionalidad entre raza, clase, género y sexualidad y la violencia inscripta en esta trama (Lugones, M., 2008).
Jamás podemos aceptar la construcción del otro desde un lugar o posición de superioridad. Por el contrario, tenemos que ser profundamente respetuosos de los otros, de la autonomía de los pueblos, de los saberes populares, de las prácticas sociales y religiosas diversas. Sostener lo contrario nos transforma en instrumentos de dominación y opresión social. Sin embargo, las diferencias no pueden ser obstáculos para la construcción de proyectos colectivos porque, más allá de toda diferencia, tenemos que ser capaces de construir acuerdos y consensos, donde prevalezcan los intereses colectivos por sobre los intereses individuales. Reinventar el trabajo social implica por tanto construir una política de reconocimiento de la diversidad, porque sin ella no es posible pensar en la justicia social y sin justicia social no hay posibilidad alguna de promoción de la dignidad y el valor de las personas.
Consideraciones finales
En el año 2014 la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (FITS), en el marco de la Asamblea Mundial que se llevó a cabo en Melbourne, Australia, hemos votado y aprobado una nueva definición mundial de Trabajo Social que establece que: “El trabajo social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los 12
principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social. Respaldada por las teorías del trabajo social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar”.
En este sentido, como se puede observar, mis reflexiones giraron no solo en torno al tema de la Agenda Global para el 2014-2016, sino también en torno a los principios rectores incluidos en la propia definición mundial de trabajo social. Lo que he tratado de hacer es profundizar o tal vez explicitar con más detalles qué implican tanto el tema de la Agenda Global como la nueva definición mundial de Trabajo Social. Creo profundamente que los principios que definimos para el trabajo social a nivel mundial, no pueden quedar como enunciados vacíos o abstractos, o como retórica, porque se transformarían en simples entelequias.
Mi gran preocupación fue y sigue siendo poder contribuir efectivamente a la construcción de un trabajo social crítico y emancipador, que valga la pena, que nos motive para la acción y que sea un gran proyecto colectivo en el que todos nos sintamos incluidos y por el que todos luchemos y estemos dispuestos a entregar lo mejor de nosotros mismos. Por supuesto que soy consciente que esta propuesta que hoy estoy planteando, lejos de darnos calma y seguridad, nos inquieta, moviliza y provoca. Es una propuesta que nos invita a desprendernos de nuestro pensamiento único y monocultural. Nos propone prácticas desobedientes e indisciplinadas. Nos propone un horizonte de esperanza, de dignidad y de pluralidad de voces que han sido silenciadas y olvidadas.
Como sostenía Walter Benjamin, los muertos nos demandan. Muchos trabajadores sociales, a lo largo y ancho del mundo, han luchado y han dado sus vidas por la emancipación social, con el único objetivo de aportar a un mundo más justo, democrático y humano. Es más, muchos en este momento están en sus puestos de trabajo arriesgando sus vidas y dejando lo mejor sí por esta causa. Por eso, el propósito de este trabajo es invitarlos a reflexionar profundamente sobre los temas que he intentado plantear en este artículo. Les convoco a seguir y profundizar nuestra lucha colectiva por este mundo más justo, humano y democrático, al que todos aspiramos.
Esta lucha, como mencioné precedentemente, no es solamente de los trabajadores sociales. Tenemos el legado de grandes luchadores sociales y políticos que han marcado un rumbo, han trazado un camino que nosotros tenemos que seguir sin ninguna claudicación, sin bajar nuestras banderas y sin entregar a nuestros compatriotas, como lo hicieron Karl Marx (Alemania), Martin 13
Luther King (Estados Unidos), Mahatma Gandhi (India), José Martí (Cuba), Simón Bolívar (Venezuela), Ernesto “Che” Guevara (Argentina), Mary Wollstonecraft (Inglaterra), Olimpia De Gouges (Francia), Emiliano Zapata (México), Nelson Mandela (Sudáfrica), Malala Yousafzai (Pakistán), Rigoberta Menchú Tum (Guatemala), Adolfo Pérez Esquivel (Argentina) y Paulo Freire (Brasil), entre tantos otros.
Como decía Mary Wollstonecraft, lo que el mundo necesita no es caridad sino justicia y no habrá justicia mientras sigan intactas las estructuras de opresión y dominación y los dispositivos de poder que generan y reproducen desigualdad, explotación y miseria. Tenemos un gran desafío por delante. Por supuesto que no es fácil, pero estoy convencida que esta causa vale la pena y que vale la pena seguir luchando porque, como sostenía Ernesto “Che” Guevara, “La única lucha que se pierde es la que se abandona”.
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